
Open in app or onlineFacultad de Artes IntegradasUniversidad del ValleCantos en el umbralIrene RodríguezNEXUSJUN 23 SHARE En la mitología noruega, una Fylgja significa literalmente alguien que acompaña. Es un ser sobrenatural o criatura que acompaña a una persona en su suerte o fortuna. Las Fylgiur (plural de flylgja) aparecen generalmente en forma de un animal y durante el sueño, pero pueden también aparecer mientras una persona está despierta. Si la persona ve su propia Fylgja, ésta es un presagio de su muerte. Cuando las Fylgjur aparecen en forma de mujeres son, en cambio, espíritus guardianes de las personas o los clanes. |

Open in app or onlineFacultad de Artes IntegradasUniversidad del ValleCantos en el umbralIrene RodríguezNEXUSJUN 23 SHARE En la mitología noruega, una Fylgja significa literalmente alguien que acompaña. Es un ser sobrenatural o criatura que acompaña a una persona en su suerte o fortuna. Las Fylgiur (plural de flylgja) aparecen generalmente en forma de un animal y durante el sueño, pero pueden también aparecer mientras una persona está despierta. Si la persona ve su propia Fylgja, ésta es un presagio de su muerte. Cuando las Fylgjur aparecen en forma de mujeres son, en cambio, espíritus guardianes de las personas o los clanes.Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arrozLaura Sánchez, Yadira Porras, Ángela María Salguero e Irene Rodríguez comenzaron a cantar en las Unidades de Cuidados Intensivos y salas de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario del Valle Evaristo García, en marzo del 2023. El “Departamento de Humanización” del hospital y el programa “Transformando el Círculo de la Violencia” las acogieron como musicoterapeutas voluntarias para cantarles a los pacientes y al personal médico, con el propósito de acompañar y sublimar el dolor y el morir a través de la música. “Cantos en el Umbral”, el proyecto que reúne a estas artistas y terapeutas, se consolidó en el 2021 tras varios años investigando conjuntamente el canto como medio de sanación, de construcción de tejido social, de vitalidad poética personal y colectiva, entre tantas otras posibilidades opacadas por una idea establecida del canto como instrumento de la industria musical y el entretenimiento. Irene Rodríguez, musicoterapeuta y cantoterapeuta de la “Escuela del Desvendar la voz”, de orientación antroposófica (Brasil, 2012), convocó desde el 2016 a una serie de experiencias como laboratorios de imaginación y creación de escenarios afectivos para el canto. La vitalidad, eje central de los laboratorios, tomó un giro hacia la indagación por el morir y la muerte, quizás por aquellos tiempos en los que la propia pulsión de la muerte se manifestaba en colectivo (tiempos de pandemia, de Paro Nacional, de la constante guerra que como país nos aqueja), “Cantos en el Umbral” es un proyecto movido por el deseo de explorar la voz y el canto para la construcción de espacios de comunión y afecto, al tiempo que se abren paso hacia el misterio de los umbrales, los límites de lo audible, la muerte y su resonancia poética. Desde entonces, el grupo ha recibido múltiples invitaciones de personas cercanas y de una red comunitaria que se va expandiendo sensiblemente al acompañamiento musical del dolor, el morir, el duelo y la memoria de los fallecidos. La siguiente escritura nace de estos Cantos en el Umbral y del deseo de escuchar y compartir más allá de lo cantado. ¡Resuenen todas las voces que se han reunido en torno a esta nueva consciencia de muerte y sea elevada la naturaleza del morir en todas las esferas de la vida! |

Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arroz
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Estoy aquí para morir contigo.
Sé que no puedo morir contigo,
Puedo cantarle a tu muerte.
Será como entrar en el grito de tu nacimiento
PARPADEOS
La familia está esperándome en la puerta. Entro sonriendo como si fuera una fiesta de cumpleaños, pero todos están serios y en silencio. Pienso: por gracia del movimiento del aire, nuestra transfiguración será leve, justa. Hay unas velas encendidas. Poca luz. Me fijo en cada detalle de la casa mientras busco fotografías de ella. Alguien solloza al fondo del pasillo. Hablo suave y me siento tranquila. Mantengo la celebración dentro de mí: oficiaré una fiesta rara. Digo: “¿Podríamos encender algunas luces? ¿dónde está ella?” Ella parece una nebulosa naciendo, hay algo pálido y vaporoso alrededor suyo. La saludo como si estuviera despierta, pongo mi mano sobre su mano, le busco los ojos cerrados y sonrío su nombre. Sé por qué hago cada gesto. La recuerdo siendo madre, admirada por todos, le digo: “voy a cantar para ti”. Organizo a la familia alrededor, pues este canto también es para ellos. Les pido que escuchen con todo su cuerpo. Tomo la lira y me hago a los pies de ella.
Yaki murió mientras yo cantaba una música solar. Su nebulosa se hizo cada vez más radiante y su última exhalación suspendió el tiempo y el espacio. Todos suspiramos en el instante sublime de esa muerte amada. No hay palabras para describir la paz de esos instantes y la armonía de esa despedida. Fue como si un ángel se posara sobre nosotros dándonos gratitud a cambio de su ausencia.
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En la sala de Cuidados Paliativos hay una mujer que lleva meses en coma. Su boca está abierta. Canto a la mujer vegetal: “iulom-iulom-iuloooom” haciendo espirales ascendentes, como quien describe una fuente de agua brotando cada vez más caudalosa: la danza de las manos en un signo de agua nueva. La mujer levanta el brazo. Algunos cantos son pases mágicos, no se abren las puertas con llaves, sino con gestos. Estamos ahí cantando y moviéndonos, toda nuestra atención en el agua que circula; sentimos que se abren portales que conectan con dimensiones insondables. Tú me dices que cantar es como montarse en un vehículo para conectar con otra dimensión y te digo con mis ojos que ya estamos allí con la mujer vegetal, estamos con ella danzando en el agua. Como no pensamos, no nos impresiona, seguimos porque eso es lo que hace la música. Mueve la pierna, pone su mano en el vientre, abre los ojos, nos mira. No pensamos, seguimos. Abre y cierra los ojos tres veces más; nos mira, nos vuelve a mirar y mueve su mano con nosotras en espirales ascendentes.
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Un señor fuera de sí está con su madre; ya lo hemos visto en paliativos. Parece que él vive ahí porque ni se muere ni nada; ni se sana pero está por irse al otro lado. Ahí está hace meses, histérico, loco, madreando a todo el mundo. La mamá le corta las uñas. Nos acercamos con el miedo al rechazo y a la humillación, pero también con la certeza de que tenemos que cantar para él. Tiene una camiseta de “melómanos caleños». Nos acercamos aunque está peleando consigo mismo, aunque parece no querer a nadie. Le cantamos suavecito hasta que se duerme como un niño o como el perro de las tres cabezas del infierno. La mamá se ríe y decía “Aleluya, aleluya, se durmió, por favor no se vayan” las enfermeras toman fotos de alegría.

Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arroz
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Imagen de un acto posible, regalada por el portero del edificio Maricris mientras salgo para el hospital: «te vas a parar a cantar con la lira en el último piso de la Torre de Cali, a ver si pasa algo bueno…”
Canto para los malheridos de Siloé y para personas con corazones ajenos, con una gran herida en el pecho y cuidados intensivos. Alguien me mira con ojos tristes y se da la bendición. Uno, demente, mirando al más allá dice “mami, mami» y luego, volviendo a la realidad: “¡enfermera, doctora, me duele!” Otros están más allá, algunos en posición fetal, varios suspiran profundamente al final. What a beautiful life. Ahora puedo irme.
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En un memorial de partida, ha pedido reunirse con su amor y después de 23 años lo logra en forma de cajitas de ceniza. Los dos se han hecho polvo. Canto con el sentimiento de celebrar una unión secreta en otra dimensión. En mi silencio digo: “¡vivan los novios, gracias por venir!” Nos elevamos con elegancia hacia el silencio. Las personas, perplejas, hacen una fila para saludarme; ya sabes, estos cantos no provocan aplausos sino eso. Una mujer se acerca muy conmovida y me dice, inquieta:
–¿Usted qué ve?
– Ummm, ¡No lo sé!
Insiste:
– ¿Usted qué ve cuando canta?
– No sé… me elevo… no sé qué es lo que veo, pero siento que me vuelvo grande.
–¿Usted ve a los ángeles, cierto?
–No estoy segura si veo a los ángeles, pero sé que estoy en el espacio de donde viene la música.
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Es otro tiempo y estoy entrando al hospital. Me cambio el vestido negro por uno de color rojo. Tengo que cumplir una rutina de desinfección rigurosa, me demoro 10 minutos y utilizo mucha agua. Cierro los ojos y respiro, hago una pausa. No sé a qué le rezo, pero pido algo difícil: «que yo sepa hacer, que yo sepa no hacer». Abro los ojos y me doy a mí misma la mano, digo en voz alta «aquí estoy», como quien cierra un trato.
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Al morir, nos desprenderemos del cuerpo, como quien sale de una pequeña cápsula espacial; salimos convertidos en discos Voyager con una retahíla de cuentos y de rayos eléctricos. El «soplo» antes de ser cuento era éter, éter cuántico o espuma cósmica. Nacimos rompiendo muchos envoltorios físicos y espirituosos para respirar, y allí, en el primer grito debajo del agua, en la sangre de la madre, en el terrible misterio de la condensación, nos volvimos escritores o balsas. Esta es la única obra que escribiremos nunca o es el único viaje que haremos y es muy extraño. Pasaron muchas cosas para que se concluyera de esta manera. Quizás puedas ver lo que yo veo: esa cápsula y el disco, y las nubes…que no somos este cuerpo, ni ese soplo, sino sino sino sino, somos la señal de convertirnos.
¡PUFF! «Onomatopeya de repentino»
HÁLITO
No creo en la vida después de la muerte. Es la muerte dentro de la vida la que aprendo a saludar en la salas de los hospitales, en las casas que visito. Estoy siendo el «entre» las transformaciones.
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Me preguntas cómo llegué aquí y es que desde el principio hubo una fuerza que entibiaba mis pulmones y me hacía querer salir volando por la boca.
Creo que todo empezó cuando cantaba sola en la montaña, cuando cantaba movida por algo, algo que llamábamos Espíritu. Como el viento o el perfume, el Espíritu es la fuerza invisible que mueve al mundo: una y todas las cosas a la vez; lo que se va del cuerpo cuando mueres. Presencia sensible dentro y alrededor del cuerpo.
¿Cómo es que recuerdo que podía volar?

Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arroz
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Para los Cantos en el Umbral nos preparamos en silencio. Enraizamos nuestra atención con ejercicios físicos que incluyen la respiración, el movimiento, el sonido y la imaginación. Adivinamos la tierra, el futuro para el cuerpo…
Tenemos que presentir el universo, a donde irá el Espíritu…
Le decimos: “Allá vamos… sabemos cantar… dinos cómo hacer silencio”.
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Nos reunimos con una tanatóloga y nos explicó en clave de oficio la industria de la muerte. Así como existen las parteras y las doulas y comadronas en el nacimiento, existen las doulas del fin de vida, los embalsamadores, las que diseñan los memoriales, los sepultureros, la medicina legal, las ritualeras. En secreto hacemos guerrilla en el hospital bombardeando de Espíritu el control médico… nadie sospecha de la música.
Recreamos un rito muy antiguo que se abre espacio en un lugar donde nunca ha sido.
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Tengo miedo de que el hospital sea de terror. Tengo miedo de que los pitidos de las máquinas no me dejen cantar o acallen lo que necesito que se escuche. Este cantar es tan sutil, es tan suave que puede volverse inaudible.
Llega Dudú en una patineta eléctrica, nariz de payaso, boina anaranjada y bata de médico llena de parches con emoticones, corazoncitos y cupcakes. Es nuestro anfitrión en la humanización del hospital y quien nos recuerda que somos muchos los que estamos en ello: payasos, artistas, dog-tores y mujeres que cantan como ángeles. Hay algo más allá del temor a los ojos del dolor y la muerte: la certeza de que esta presencia sutil contiene una potencia sanadora en común.
No revelaremos la verdad sobre la Señora Muerte porque es un misterio y así debe ser. Vamos a tientas con el corazón adolorido de muerte, nos decimos con dulzura: “tenemos derecho a la sabiduría del morir”. Con nuestros cantos nos asomamos a ese umbral.

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A la decisión de morir no hemos querido darle palabra; es algo que reclama una actitud desafiante, despierta y respetuosa. Ante tu deseo de morir y mi deseo de acompañarte, te pregunto con firmeza, queriendo sostenerte: “¿Qué tienes pendiente?, ¿quieres que te ayude a dejar todo en orden? Esta es la documentación para programar la muerte asistida”. Esta vez eres tú quien me guía: “vamos a respirar”.
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Conocí a una mujer que atravesó un duelo de forma extraordinaria; quisiera que ella pudiera compartir con ustedes todo lo que vivió. Ella dijo: “es maravilloso que seamos personas normales, que sepamos morir, así tengamos miedo, que sepamos nacer, así no hayamos nacido antes”.
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Aprendí de mi abuela un ritual alegre. Le cantaba a sus hijitos muertos y lloraba cerca de las flores. Les echaba agua, rezaba unos padrenuestros, se secaba las lágrimas y seguía con su vida. Un día le pregunté por qué lloraba si ya había pasado tanto tiempo desde la muerte, y me dijo: “no vamos a ninguna parte, no vamos ni al cielo, ni al infierno, simplemente nos hacemos grandes.” Le hice cara de pregunta y me respondió “ahora ellos me cuidan a mí, lloro porque me conmuevo”.
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Firmé una cuenta de cobro por un acto onírico. La idea es que yo vaya a la administración central de la Universidad y pasee por las oficinas cantando, tañendo la lira. Voy a usar un vestido largo azul oscuro con estrellas diminutas; ¿Ves lo que te digo? La muerte está en todas partes, pero no el morir. Casi siempre estamos viviendo en un mito. No he decidido si voy de Orfeo, de sirena o de cielo estrellado. ¿Cómo me verán los oficinistas? En el valle de burócratas voy a encontrarte con el deseo de revivir. En este inframundo, el mar de almas se mece ansiosamente en las sillas con rodachines que ya hacen parte del cuerpo. Entro por los pasillos grises, iluminada por los tubos de luz halógena y sé que soy un exabrupto; la gente me mira con extrañeza y me toma fotos por la espalda para que no me dé cuenta. Tengo que contarte lo que pasa dentro de mí; me preparo en la imaginación hacia la inocencia, invoco las cosas que más me gustan: tomar el sol en el río; bailar desnuda; reír… despierto a todo lo que me hace sentir feliz, entonces siento que algo de ese gusto por estar viva servirá de irradiación en mis ojos y contaminará mi propia melancolía. Algo de equilibrio. Lo que canto no es precisamente la canción de la alegría. Nada que pueda ser repetido; grabarlo no tiene gracia, es algo que pasa con el aire compartido y con el calor del cuerpo. No puedo explicarlo mejor. Me preparo en la imaginación para cantar, pero tengo que firmar planillas de ingreso, respaldar mi existencia con la cédula de ciudadanía y dejar mis huellas dactilares en un registro de ingreso. Están tomándome una foto para poder entrar a una dependencia burocrática donde están más muertos que los muertos. Firmo y juego a que cierro un trato con Hades, el invisible: “no miraré atrás, no miraré atrás, no miraré…” más adentro de la estructura del control es más denso el aire y más lúgubre es la voz . “Lo sentimos, no podemos hacer nada por usted, el sistema no responde”. Hay un anfitrión que me presenta y dice que yo soy un regalo de Bienestar Universitario…“Los invitamos a una pausa”.
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El mundo zumba por los cables de electricidad. Nos aturdimos voluntariamente subiendo el volumen de la música que se inyecta por nuestros auriculares. Es que quiero estar sumergida en la banda sonora perfecta para este sentimiento con el que atravieso la ciudad y te extraño.
De pronto hemos perdido la capacidad de gozar de la música hecha con el aire que compartimos. Esa música que aún no ha perdido su sentido de voluptuosidad, la que tiembla y es afortunadamente otra cada vez que sucede. Piensa en la última vez que alguien cantó en tu oído para que te quedaras dormido, piensa en la primera vez que alguien cantó en tu nombre. Espero que haya pasado alguna vez, y si no, quizás para eso nos hemos conocido ahora.
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El grito del cuerpo viene de los pechos encendidos de pasión y de justicia. Dicen: “estoy tan viva que si muero nacerán canciones”. Vi morir a los jóvenes, a los viejos, a las mujeres. El sueño murió, la ciudad murió y a todos se nos volvió el grito del cuerpo un murmullo indeciso ¿Cómo se revive, cómo es que estoy vivo?
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Vamos a soltar al cuerpo que no suelta. Tienes que saber que el oído es el último sentido que se pierde al morir. Somos humanos y nos afecta el sufrimiento, y para acompañar a otros en su tránsito tenemos que elevarnos a otro estado de presencia y no permitir que el dolor, la agonía y el desconsuelo nos impidan cantar, o que acaso la razón sugiera que cantar en estos momentos es inútil. Digo “elevarnos”, pero no como técnica para evadir el dolor; tampoco es un poder o una elevación de superioridad mística; se trata de una elevación de la fuerza vital al servicio de lo que está sucediendo: estamos muriendo.
Nos preparamos para no temer imaginar la muerte, narrarla en qué paisaje, escucharla en qué afectos. Nosotras lo hacemos desde el canto, pero es la Presencia la que hace el milagro. Se puede acompañar en silencio.
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¿Sabes cuál es el síntoma inequívoco del despertar? No te va a gustar mucho, pero sí: es llorar. Es así cuando nacemos y cuando renacemos. La piedra allí guardada se derrite, se conmueve y se desagua. Ese sentimiento a veces encuentra la piedra y la acaricia hasta que recupera cierta ternura y sangra. Las lágrimas son ese movimiento.
Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arroz
PULSIONES
La muerte natural es el instinto de nacer,
el instinto mamífero de parir y morir en la imaginación.
Hay que imaginarlo y hay que hablar de ello.
¿Cómo es que vamos a nacer a este nuevo mundo y qué necesitamos para crecer en él?
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Si el amor te acerca a la muerte, ahora soy quien canta al morir.
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Aprendí a morir con la música porque el silencio acústico no existe, y el silencio musical es la prueba de que morir significa entrar a la vida más y más como lo que se mueve cambiando de forma y de estado.
¿Serás capaz de ver mi muerte como un silencio musical?
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Ante la antigua angustia de ser escuchado, la poética del ser que canta dibuja un horizonte para la sensibilidad compartida. La música ennoblece el alma y puede llegar instantáneamente a geografías inexploradas “del más allá”.
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El oído no está hecho para escuchar sonidos; está hecho para ser movido por fuerzas. Confío en el oído extenso, el que no es acústico. Confío en mi percepción de la temperatura del otro, del ritmo, su luminosidad; el sentido vital que compartimos en cierta dinámica, en cierta admiración y paciencia.
Cómo es que te siento yo a ti, extraño. Cómo es que te entrego una experiencia vibrante de transformaciones sublimes. ¿Me enseñarás a amar en este instante?
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Si atiendo a lo suprasensible, el cuerpo aprende a escuchar la vibración, la frecuencia de un estado vivo o muerto. Lo que canto conversa con la vibración de lo otro. Esta reverberación actúa como un masaje sutil, caricia psíquica que nos damos mutuamente.
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¿Qué se siente ser la tierra? Ser roca y ver la luz muy lenta. Todo low pitch. He visto gente ser gusanos, ser esporas, estar suspendidos en el aire, gente siendo bacteria, gente ácaro, gente mariposa. Me dices que como seres tenemos que ser todo, incluso lo imposible. Sobre todo lo imposible. Hemos de ser todo.
¿Sabías que somos inmortales? ¿Sabías que seguimos sintiendo? No conviene pensar así, creer en absolutos. Aún así, el sufrimiento no termina con la muerte del cuerpo físico; tampoco el deseo, y tampoco es para siempre. Te lo digo yo que consuelo ánimas y espanto alimañas espectrales.
Será la consciencia o la presencia, o la atención del sufrimiento la que morirá en nosotros algún belo dia; entonces sí, por fin el descanso llegará y… ¿seremos polvo?
¿Es verdad este anhelo de insensibilidad? Ser polvo, no sentir nada más, ni amor, ni temor, ni furia o dicha. ¿Solo vacío eterno?
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Hubo alguna vez indignación por las atrocidades en las que murió el mundo, y acaso alguien que se ofreció a acompañar su desvanecimiento creó en ese instante la gracia y espantó al horror.
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¿Quiénes cambiamos de siglo? Algunos que al partir, dibujan un nuevo mapa. No un camino terrestre, un mapa estelar. Orbitaron un pulso diferente cada año hasta que el corazón se les acompasó con la Tierra, la acompañaron a cambiar de eje de rotación, de atmósfera, de órbita, de biósfera, de todos y la acompañaron a morir. Aprendieron a hablar otro idioma, un lenguaje sin lengua; ¿Qué sensación es esa? ¡Y qué momento más hermoso! Podrá ser eterno para nosotros, pero cesará para el mundo. Quienes continúan esperando encontrarse con su destino, morirán secos; a quienes susurran aliento a los agonistas les crecerá una raicilla en los oídos y verán cómo es que florece en el pecho una semilla musical como una lengua madre.
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No temas, cuando mueras serás canción.
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Irene Rodríguez. Serie Peregrinos de la uoaei (2014). Tinta china sobre papel de arroz
Sobre la autora
Irene Rodríguez (Cali, 1988) es maestra interdisciplinar en teatro y artes vivas, cantoterapeuta y diseñadora industrial. Investigadora, docente y artista interdisciplinar. Es fundadora del Laboratorio de Resonancias – Voz a Vos (2011): ecosistema de creación colectiva, la libre exploración de la voz y las artes de las escucha en su dimensión poética y vital.
www.devozavos.com / cantosenelumbral@gmail.com